Y a La Pompeya su mérito: ser la mejor panadería de Buenos Aires
Por Víctor Ego Ducrot
Cuando nació el mecías de los cristianos, los israelitas se alimentaban con poco. El pan era el elemento esencial. En hebreo, “comer pan” equivalía al acto mismo de comer, se sirviese sobre la mesa lo que se sirviese. Algo parecido sucede en la Ilíada y en la Odisea, porque, para Homero, era humano todo aquél o aquella que comiese pan.
Para más datos, consultar el libro La vida cotidiana en Palestina en tiempos de Jesús, de Daniel- Rops, editado en Buenos Aires en 1961 por la editorial Hachette.
Aquél carácter atávico del pan nuestro de cada día explica por qué éste se manifiesta en casi todos los ritos religiosos o paganos nacidos en el llamado Occidente: desde el cuerpo de Cristo que es ostia, hasta la ceremonia de orden asesina en la viaja Mafia siciliana, donde capo y sicario debían partir y compartir la hogaza.
En homenaje al dicho popular al pan, pan y al vino, vino, valga la siguiente digresión: los cristianos nunca dudaron de la corporalidad panificada del Hijo y ésta así se hizo símbolo en la comunión, pero cuando a uno de ellos se le ocurrió que los iniciados no sólo debían acceder al cuerpo sino también a la sangre, que es vino, entonces el pobre desgraciado terminó en la hoguera. Ver vida y obra del bohemio Juan Hus, condenado al fuego por el concilio de Constanza, en 1315.
Pertenezco a la hermandad de los que, si el menú es de carácter mediterráneo – rioplatense, la mesa es inconcebible sin una panera bien provista, y, en Buenos Aires, la mejor forma de proveerla es llegándose hasta el número 1912 de la Av. Independencia, en pleno barrio de San Cristóbal.
Allí se ubica una de las panaderías más antiguas de nuestra ciudad, La Pompeya, al frente de cuyos hornos y mostradores se encuentra Eduardo Frate. No tenga duda, no hay panes mejores en toda la comarca porteña, para no contarles lo que son sus pastas frolas, fressas, biscottinis, tarallis, cannolis, pignolatas, sfogliatellas y otras tantas delicias de la pastelería del sur de Italia.
Se trata de un local pequeño – hay que caminar sobre la acera sur de Independencia con mucha atención para no pasarlo por alto- que abrió sus puertas durante la pasada década del `20, gracias a la inspiración de un inmigrante llamado Luis de Riso.
En varias oportunidades, Eduardo Frate me habló de sus comienzos como aprendiz panadero, me mostró los hornos –visibles para todo aquél o aquella que ingrese al local con la intención de conocer por paladar propio lo que en esta nota se afirma en forma tan categórica- y me contó que la clientela, en su mayoría de origen italiano, es fiel hasta el sacrificio. Hay marplatenses que viajan los famosos casi 400 kilómetros que separan a esa ciudad de la nuestra para proveerse como Dios manda.
Recordemos que, en La Pompeya, la panificación, la pastelería y la repostería son artesanales, respetuosas de las antiguas formulas, y por eso a las hogazas recién horneadas puede usted mantenerlas en casa, en lugar fresco, y disfrutarlas luego, como si recién hubiesen llegado al mundo.
Estarán esperando que les de mi versión sobre las especialidades de la casa. A contramano de mis intereses profesionales, sostengo que la buena mesa no se explica sino que se prueba y degusta. Cumplan ustedes con lo que es más sagrado en todo asunto del comer: la experiencia propia.
Eso sí, como dice el título de ese tango que es una enciclopedia del viejo yantar de los porteños – Seguí mi consejo-, agregue a la cuenta un pan de muchos días, tueste unas rodajas, frótelas con ajo, espárzales unas gotas de aceite de oliva y puéblelas con tomate y jamón crudo. ¡A disfrutar de unas memorables bruschettas!
jueves, 24 de enero de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario