miércoles, 30 de septiembre de 2009

Y…lo dicen los de la Facultad



















Debe ser verdad, ¿no? Como el buen aceite de oliva, de primera presión.

Por Víctor Ego Ducrot

De chiquito me ensañaron que lo que dicen en la escuela casi siempre es cierto. Bueno, semejante principio no se lleva muy bien con las enseñanzas de Michel Foucault, pero los actuales no son tiempos propicios para demasiada teoría. Estamos en épocas de acción, de decisiones, de tomar partido por, de reconocer que lo humano nunca es en blanco y negro, que tenemos matices y que la democracia es así; sólo puede ser así, tan así como la contradicción.

Y en la Facultad (de periodismo y comunicación social de la UNLP) decimos que los argumentos de la oposición de distinto pelaje respecto del proyecto de ley para medios audiovisuales son, en el mejor de los casos, equivocados y falaces Uno no quiere ser mal pensado ni paranoico y por lo tanto tiende a creer que entre los opositores hay gente con buenas intenciones (¿la hay?).

Dicen que está en juego la libertad de expresión. Y en la Facultad decimos, como lo dice el espíritu de nuestra Constitución, que aquella no sólo es garantía para dueños de medios y periodistas sino para todas y todos lo que habitamos suelo argentino. Dicen que se trata de una ley de control de medios. Y en la Facultad decimos que sólo se trata de cumplir con la obligación que el Estado tiene de administrar los bienes públicos con equidad y conforme a un marco jurídico. Dicen que afecta la seguridad jurídica. Y en la Facultad decimos que ellos defienden un decreto de Videla, mientras nosotros pretendemos una ley de la democracia…el resto es milanesa cruda.

Sepan perdonar mi monotema con esto de la ley de medios, pero sucede que Clarines y clarincitos me llenaron la cacerola con sus bravatas y tergiversaciones. Ahora sí, pasemos a la Facultad que es tema del día: la de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo).

¡Mamita querida! ¡Qué aceite de oliva hacen esos muchachos y muchachas! Se llama (por supuesto, adivinaron) De la Facultad. Es extra virgen (es ésta la única materia que permite alabar a la virginidad, porque para el resto de la vida semejante estado, además de aburrido, debe ser enfermizo; se me ocurre, claro). Lo compré hace unas semanas en Mendoza, en botella plástica de casi un litro, y lo pagué mucho más barato que cualquiera de los que se consiguen por ahí. Es tan sabroso que, goloso uno, dan ganas de bebérselo a cucharaditas.

Deberíamos fundar un movimiento que exija a los De la Facultad distribuir sus productos en puntos tan alejados de su origen como lo es esta Santa María de los Buenos Ayres; y en otras ciudades y pueblos del país entero también, no sea cosa que, hombres necios, me acuséis sin razón de mitrista o salvaje unitario (gracias Sor, la gran poeta).

A mí el aceite de oliva me gusta para todo. Para ensaladas ni hablar. Para batir una mayonesa como el Altísimo ordena (y con una pizca de ajo ni les cuento). Untado sobre una rodaja de pan después de la tostadora y con masajes de tomate fresco (a la catalana o la italiana, si la llamamos bruschetta). Para saltear camarones o langostinos crudos (con ají pebre chileno resultan de otro planeta). Y la que sigue que seguro les resulta una receta de esas que a las que llaman exóticas: queso de cabra fresco, una pizquita de pimienta, otra de aceite de oliva y unos buenos cascos de guayabas en almíbar; se la recomiendo.

Mientras fundamos el movimiento antes sugerido voy a ver si consigo a alguien que me traiga de los Andes una nueva botella De la Facultad, la que ni mamado compartiría con quien defienda a los monopolios mediáticos de éste o de cualquier país de la galaxia, existente o por existir. Como decíamos la semana pasada, es para Clarín (y otros) que lo miran por tevé.