Un guiso, el cambio climático y las mentiras de la soja
Por Víctor Ego Ducrot
“Existir (ser) o no existir (no ser), ésta es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darles fin con atrevida resistencia?”. Así nos habla Hamlet en su legendario Acto III.
Los ingleses llevan una ventaja sobre nosotros porque el verbo to be tanto significa ser como estar, lo que nos obliga a ser cuidadosos a la hora de proclamar que estamos (no somos) hartos de un mundo en el que no todo lo que parece es, ni todo lo que es parece.
O como diría el mismo Hamlet: “¿Aparentar? No señora, yo no sé aparentar. Ni el color negro de este manto, ni el traje acostumbrado en solemnes lutos (…) bastarán por sí solos, mi querida madre, a manifestar el verdadero afecto que me ocupa el ánimo. Estos signos aparentan, es verdad; pero son acciones que un hombre puede fingir (…)”.
A la hora de comer y a la de preocuparse por lo que sucede en el país, surge esa sensación de apariencias sobre la cual tanto despotricaban en la Dinamarca de la tragedia shakesperiana (¿Argentina 2008?)
Mientras estas líneas cobran forma, los que habitamos por aquí sufrimos una ola de frío que crispa los pelitos y consume todo el gas. Surge así la idea de zamparnos y recomendarles un guiso de lentejas como el que ofrece “El Obrero” (Agustín R. Caffarena 64, barrio de La Boca), con chorizo colorado, panceta y todo aquello que debe tener un guiso de lentejas como dios manda.
Como la irracionalidad del mundo desarrollado perforó la capa de ozono y el llamado cambio climático nos brinda la posibilidad de un junio con temperaturas de enero, nadie ni nada nos asegura que el frío sea el mismo cuando esta columna llegue al lector, por lo que nuestra recomendación podría caer en saco roto. No importa. Vaya al bodegón boquense y después me cuenta.
Ya que las apariencias comestibles son varias, deberíamos crear un movimiento hamletiano-gastronómico contra las cervezas sin alcohol, los cafés sin cafeína, las mayonesas sin huevo y los yogures con tantos nombres y bíos que nadie sabe que son.
¡Ah!, un comentario aparte merecen las milanesas sin carne. Sí, sí, adivinaron. Son las vegetarianas, las mismas que no comen en China, porque las cantidades siderales de soja que importa no son para humanos sino para animales de corral, de forma tal que sus habitantes puedan reemplazar proteínas vegetales por otras de origen animal (mejores).
Y hablando de soja otra vez regresamos a Hamlet, quien nos hablaba de apariencias y fingimientos. Como fingen los zares y los reyezuelos argentinos del agronegocio, agregamos nosotros.
El lock-out de los patrones del campo es como la cerveza sin alcohol. Una mentira, porque los campos no cerraron, las sojitas siguen creciendo, los laburantes laburando y seguro que los fondos de inversión de las Islas Caimán –sólo por mencionar algunos- no van resignar sus dividendos porque los de la FAA, la CRA, la SR y otros quieran zafar de sus impuestos.
Desde el punto de vista de un país con comida mejor y más barata para todos, los impuestos o retenciones aplicados por el gobierno deberían diferenciarse de la falta de autenticidad de la mayonesa sin huevo, porque su puja con el agro hasta ahora parece más una bronca entre socios que una decisión de sacar al país del monocultivo que sólo beneficia a las transnacionales como Monsanto y a los acreedores de la deuda externa, la que, dicho sea de paso, sigue creciendo.
En fin, para qué seguirla. Mejor vayamos a comer un plato de lentejas y si por casualidad nos encontramos con don Hamlet, no dudemos en decirle: sabe mister, usted tenía razón.
Este artículo fue publicado por la revista Veintitrés, de Buenos Aires, el 5 de junio de 2008.-
miércoles, 11 de junio de 2008
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