sábado, 3 de julio de 2010

Los goles de la patria cuartetera



Qué semanas. Todos con las Abuelas y el Apache. Sale con un buen moscato. Y si por esas cosas hoy los alemanes nos ganan, vale igual.

Por Víctor Ego Ducrot

Estoy boleado. No se puede laburar hasta que los de la tele terminan con todos lo partidos; o por lo menos laburar bien, con la debida atención en lo que uno hace. Ya perdí toda escala y dimensión; me atraen tanto los córneres a favor de los serbios como los puntinazos de los japoneses, o las gimnasias teutonas, o las gambetas de relojería de los suizos; porque hay que ser suizo para gambetear como un reloj, ¿no? Y no les cuento con lo partidos de la banda del Diego. Pobrecito al que se lo ocurra llamar por teléfono; mejor los desconecto y meta churro y medias lunas y café, sin azúcar, sin leche, bien negro, así entramos en tema.

Espero que sigamos en carrera; seguro que sí, aunque de lo contrario siempre con vos Dios de las canchas y mano de Dios. Por supuesto que cumplí con mi anuncio de los otros días: no saben el asado que nos morfamos después de ganar el primer partido, mas lo del café negro del párrafo anterior venía a cuento del entusiasmo que provoca verlo a Carlitos Tévez batiéndose entre gambas rivales, con esa mezcla rara de Nureyev y Muhammad Alí qué sólo él puede lograr con la pelota en los pies. Reconozco a Messi y su talento de otro mundo - no soy chicato ni dobolu - pero no jodamos, el Apache es el emblema. ¿Y saben por qué creo eso?

Por la naturaleza del fútbol. Con cada Mundial nos encontramos con la cría de la FIFA y sus negocios, con las corporaciones mediáticas que dicen lo que quieren – por suerte esta vez la TV pública de los argentinos metió su mano y los de TyC se la tuvieron que…- y las empresas nos llenan el mate con publicidad y más publicidad. Todo eso es cierto; sin embargo el que nos salva es el fulbo, que por jugarse con los pies – contranatura de casi todo lo que hacemos los humanos- o por sólo necesitar de un rectángulo de tierra baldía y una pelota hecha con cualquier cosa, es el más popular, pobre y colectivo de todos los deportes.

Por eso nos enamora. Por eso me animo a decir, como digo al referirme a ciertos platos cotidianos de los argentinos, que el fulbo es cosa e´negros, de cabecitas ché; y a quien no le guste o se moleste, que se haga cargo de la metáfora maradoniana; porque Carlitos y tantos otros juegan por lo mismo que nosotros gritamos, por un rato de felicidad.

Y el otro día, entre partido y partido, después de tomarme el atrevimiento de ir a felicitarlo a don Gabriel Mariotto, cuando la Corte le hizo pito catalán a la mafia del amparo, encontrábame yo solo en la esquina de Corrientes y Suipacha y me dije ahora o nunca; siendo pleno medio día, éste es el momento de caminar unos metros y pararme ante las barras de La Cuartetas, para festejar los goles convertidos y los goles soñados; la nueva de ley de Servicios Audiovisuales, que patea los penales sentada en una silla; para implorarle a las alturas que los del Nobel hagan lo que tienen que hacer y le den el premio de la Paz a la Abuelas; para que los argentinos entandamos bien lo que está sucediendo y no nos dejemos engañar por la vocinglería mediática de tantos garcas resentidos, con Clarín o sin ellos, porque los Clarines son muchos y no sólo el de la Noble y Magnetto (¡cana para los dos, por favor!).

Entré entonces a Las Cuartetas (Corrientes 838), el viejo templo de la pizza porteña, y le hice un guiño seductor a una porción de muza con fainá, casi más para enamorarla que para comerla, aunque vieron que con un poco de fortuna ambos verbos muchas veces son compañeros, metafóricamente hablando por supuesto. Y como ahí andaba don moscato, con su mirada desafiante, no tuve más remedio que convocarlo a él también, no vaya a ser que sospeche de mis intenciones. Después, como siempre, la vida resulto mejor. ¡Grande Diego!