domingo, 19 de diciembre de 2010

Doscientos pirulos a todo puchero


Los del morfi y el chupi tuvimos nuestro Bicentenario. Buen apetito patria mía.

Por Víctor Ego Ducrot

¡Qué año este el que se nos va! Como casi todos, con lágrimas y sonrisas. Mi nieta Tania cumplió tres años y despidió sus clases del Jardín disfrazada de perro dálmata (¡una genia ché!). Algunos amigos muy queridos tuvieron que yugarla porque la salud les jugó una mala e injusta pasada. Y en otro plano, en el más público y colectivo, porque es difícil pensarse a uno sin los muchos, todavía salto feliz cuando recuerdo las fiestas bicentenarias de Mayo y se me hace un nudo malo en la garganta si pienso en el 27 de octubre, el día que Néstor, como escribí entonces, se fuel al cielo a cantar la macha con Evita y con Perón.

Para todos y por todo vaya este puchero adelanto de despedida al 2010, plato sabroso sí, pero soberano y con pasado, casi un emblema de nuestro patrimonio cultural intangible; porque estoy entre los que piensan que la cocina nos interpela desde la historia hacia el futuro, expresando pero a la vez dándonos identidad.

Si el puchero u olla podrida, tal cual lo bautizaron hace mucho los españoles, fue el comer infaltable de las mesas que podían, claro, desde los tiempo de antes de 1810 hasta inaugurado el siglo XX, es lógico que sus fuentes y cocciones murmuren relatos que vale la pena recordar. Puchero fue lo que cenaron en las habitaciones privadas del traidor Saavedra, aquella noche que decidieron el asesinato de Mariano Moreno; y puchero fue lo que provocó el refunfuño de un tal Richard Burton, no el actor sino el primer traductor de las Mil y Una Noches al inglés, en cierta visita que hiciera a Buenos Aires, y de la cual parece, según sus crónicas, que no guardó buenos recuerdos. Ché Burton, ¿de qué la jugás, querés que te diga lo mal y poco que comían los ingleses de tu época? Andá a cantarle a Mariquita Sánchez de Thompson.

Esta remembranza viene a cuento de otra iniciativa magistral que tuvo la gran morocha argentina (con todo respeto y la mayor de las admiraciones, compañera presidenta). El fin de semana pasado se realizó en esta urbe que tiene a su Adán, el de Leopoldo Marechal - y a su Eva, por supuesto-, el ciclo Cocinas del Bicentenario, organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación.

La comida entendida como cultura, cuando se produce o crea, cuando se prepara o transforma y cuando se consume o elige, fue el guiso en que nos entremezclamos intelectuales, cocineros, artistas y productores vernáculos y de de otros rincones de la América Latina, para hacer lo que más nos gusta, después de comer y beber, se entiende; que es debatir, interrogar (nos) y buscar respuestas (si las hay) acerca de cómo el morfi explica nuestro ser.

Ni mamado me iba a perder la oportunidad de acercar una de las ideas que vengo desarrollando, tanto en la Cátedra Soberanía Alimentaria de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) como desde la práctica periodística cotidiana: la de una gastronomía sustentable, soberana y popular o inclusiva, que confronta con la estrategia de las corporaciones globales de la alimentación y con el orden de sentidos instalado por el prensa gastronómica hegemónica, la del buen vivir elitista; y discrepa con el concepto de sustentabilidad limitada de algunas postulaciones provenientes de la opulencia europea.

Sustentabilidad y soberanía alimentaria como categorías de la dimensión política – el Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial Participativo del gobierno nacional es un punto de partida desde el cual seguir trabajando – y culinaria popular en el sentido de la recuperación de las memorias individuales y colectivas del gusto, del sabor como experiencia íntima pero también gregaria. En fin, creo que tenemos carne, harina y fuego para un rato largo.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Ahora sí, ¡todo el poder al Malbec!


Los torronteses son nuestros compañeros. Y salud para todos.

Por Víctor Ego Ducrot

Como escribí los otros días en Tiempo Argentino, para referirme a cuestiones de menos escabio y morfi que las que trata esta columna: tenemos una arquera que es una maravilla, ataja los penales sentada en una silla. Como dirían los pibes, la presi es una grosa, mirá que darle al vino a la hora de gobernar; no, no digo que beba, ¡qué susto eh!, sino en el sentido de haber puesto a la noble bebida y alimento que nos da la uva en el centro de la escena, porque fomenta un área productiva que genera trabajo e ingresos sociales inclusivos, pero por sobre todas las cosas, reconoce y empuja hacia arriba la idea de patrimonio cultural intangible.

En cuanto a la primera de las consideraciones aquí van las palabras de Javier Espina, subsecretario de Promoción Industrial, Tecnología y Servicios de la provincia de Mendoza: "el 80 por ciento de la producción vitivinícola del país se desarrolla en Mendoza. Esto permite asegurar que se trató de un anuncio histórico para nuestra provincia”; y yo agregaría que para todos los territorios viñateros del país, desde el norte de la Patagonia hasta Salta, sin olvidarnos de las últimas novedades, como lo son los vinos de desierto pampeano, buenazos ellos, se los aseguro.

Por todo ello, un grupo de enamorados del tinto y oficialistas, acabamos de fundar el Frente Popular Malbec y Liberación (FPMyL), y convocamos a los compañeros y compañeras de las filas torrontesistas a sumar esfuerzos para la unidad, y alcanzar por fin el logro de una patria libre, justa, soberana y bien regada. ¡Con Cristina y salud para todos!

Saludable decisión la del gobierno proclamar al vino con rango de bebida nacional y, tal cual leí por ahí, avanzar con el propósito de hacer lo mismo con el mate como infusión de todos y de todas. Es más, acerca del último caso, el de los amargos o dulces, con cascarilla o con gotas de grapa, como prefieran, podría pensarse en un acuerdo entre argentinos, paraguayos, brasileños y uruguayos, desde el MERCOSUR, por ejemplo, para procurar que aquellos adquieran condición de patrimonio cultural intangible de la región, reconocido por la UNESCO. Y dicho sea de paso, felicitaciones a los de la patria de Emiliano Zapata por haber conseguido que el organismo global de la cultura reconociese para la cocina mexicana el estatus que estamos solicitando para nuestros humildes mates, en calabaza, taza o cacharro que tenga a mano, con bombilla y yuyo verde.

La historia del vino en el país es tan vieja como él mismo. Allá por el siglo XVI, las primeras vides fueron enterradas en la provincia de Santiago del Estero, mucho antes, claro, de que los de La Forestal y otras salvajadas de la dependencia atentaran contra la fisonomía ambiental de su tierra y hábitat. Transcurrió mucho tiempo hasta que Cuyo fuere lo que es hoy, la patria chica del vino argentino; y de qué vino, porque a nadie se le escapa que, más allá de los guarismos y las ecuaciones de la economía del sector, desde la época del común de mesa hasta la actualidad, la de los grandes varietales y cortes, la de los argentinos con la sangre de Cristo, que le dicen, es toda una historia de amor.

Como en toda saga romántica, sobran las traiciones, las pasiones confusas por tanta gaseosa y otros beberes; pero, y casi como un desenlace tanguero, al final de los finales, amor de mi vida, aquí estoy, rendido a tus pies; de Malbec, Cabernet, Merlot o Torrontés, pero por fin a tus pies. ¡Ay vino nuestro que está en la tierra, en la parra y en los toneles! Por eso el agradecimiento eterno a mi abuelo, quien convenció a mamá y papá de que una gota de tinto en el vaso de soda es buena para crecer sanito. ¡Viva el FPMyL!