sábado, 19 de julio de 2008

Che, Tito, invitame a cenar



Porque colmaron mi paciencia, me fui a El Inmigrante

Por Víctor Ego Ducrot

Cuando me senté a escribir, aún faltaba el capítulo Senado del bolonqui con los trompas del agro. El tal De Angelis con sus bravatas, Elisa Carrió y su llamado a alzarse contra las leyes de la República, las mentiras de Clarín y La Nación; todos ya me habían llenado la cacerola. O si ustedes prefieren, me tenían hasta la gorra (y eso que la gorra de los cocineros es grande y no tiene fondo o casquete). Me fui a Nueva York.

Cuando llegué, me saludó el himno de la ciudad que dice así: Hija del río / adolescente y bella, / te enviaron amores / el hambre y la guerra. / (…) / En todos los idiomas / te pidieron pan. / En todos los idiomas / te pidieron paz.

Nunca lo había escuchado. Ni sabía por cierto que la ciudad de Berisso, la de los inmigrantes y los viejos frigoríficos, tenía su canción patria.

¿Ustedes creían que, en un arranque dispendioso, me había ido a sacar la chinche a un bar de Brooklyn? Nooo, ni mamado. A ver si se hace realidad lo que dijo el vocero de campaña de Mr. McCain, que a su candidato le vendría bien otro 11 de Septiembre, como el que se mandaron la bandita de don Bush y Bin Laden.

Me fui a la calle Nueva York (la 2), de Berisso. Es que tanta Sociedad Rural y tanta ex Federación Agraria nublan la entendedera y por eso aterricé sobre aquellas tierras pegadas al río, con una fantasía. Que esa noche el Mariscal Tito me invitara a cenar, porque dicen que Josip Broz por allí recaló alguna vez y hasta fue hincha de Estudiantes de La Plata.

Vaya uno saberlo, pero más allá de que a muchos o a muchas se le atragante la palabra comunista, lo cierto es que don Tito rajó a los nazis, hizo de Yugoslavia un país avanzado y de economía socialista autogestionada, se plantó ante Stalin y los otros muchachos del Kremlin, y se jugó por lo que entonces llamábamos Tercer Mundo. Después llegaron Estados Unidos, los europeos pudientes, Naciones Unidas y el holocausto de Sarajevo.

Por supuesto nadie me invitó y terminé morfando solo aunque muy bien, y fue un medio día y no una noche. Ello aconteció en el restaurante El Inmigrante, sobre Montevideo y el Puente 3 de Abril (teléfono 0221 464 2392).

Cuando me senté a la mesa casi estaba decidido por una parrillada (olían sabroso las achuras) pero me acordé de dos descendientes de lituanos (vieron que en Berisso casi todos son hijos o nietos de obreros inmigrantes) y ex alumnos míos en la querida Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata: Fernando Glenza y Juan Ignacio Fourment, quienes una vez me dijeron, profe, si va por allá no se pierda los varenikes (en lituano virtiniai), que son como unos ravioles grandes pero rellenos con puré de papas y cebolla salteada en grasa de pollo.

Por lo menos así los comí en varias oportunidades - también dulces, con ricota y pasas de uva - y le pido disculpas por la receta a mi gran amigo y colega Eduardo Kimel, quien, descendiente el hombre de polacos judíos, es una verdadera sapiencia al respecto. Se me olvidaba decir que, como en el caso de tantos otros platos, sobre el de marras se disputan su titularidad los varios pueblos de Europa del este.

Los de El Inmigrante supieron deliciosos y a muy buen precio; los varenikes más una botella de tinto –la verdad no recuerdo cuál, pero de los nobles-, todo apenas si superó los 30 pesos.

Para el final quedaban dos opciones. El viaje de retorno a casa o un paseo por la Quinta Fiesta del Vino de la Costa, que tenía lugar por esos días. ¿A qué no saben por cuál me decidí? Sí, claro que lo saben. Por la antigua tradición de los viñateros inmigrantes de Berisso, hoy agrupados en una cooperativa. ¡Salud!