miércoles, 8 de julio de 2009

No hay fiaca como la genovesa



Para una domenica cualquiera, sin casi laburar

Por Víctor Ego Ducrot

¿Ustedes se imaginan mis queridos amigos y amigas, de cualquier raza, sexo o religión? Raza, que palabra obsoleta y que mal suena ¿no?, pero no importa, nos entendemos. Ustedes se imaginan, decía, un domingo cualquiera de otoño o de invierno, medio lluviosito, a las diez de la mañana, con un buen café con medias lunas (o churros, por qué no) y la clara convicción de que hoy no trabajo, así vengan a comer, padres, hijos, nietos, yernos, nueras o el espíritu santo. ¡Qué día glorioso!, sobre todo si además me prometo que la mesa será digna para los mejores comensales.

Esta es la historia de un ataque de fiaca a la genovesa, la que, dicen los viajeros, es la mejor de todas la fiacas, de todas la siestas, de todos los levantarse tarde; incluso mejor que la dolce far niente de los faraones egipcios y de los mandarines chinos, y para nada ociosa y maligna como esa que practican los politicastros de la derecha argentina, que son elegidos diputados y no van al congreso ni por error, o son ungidos jefes (as) de la legislatura porteña y no se asoman al reciento ni para espiar al vecino. ¿Les suena?

No, mis queridos y queridas amigas, la fiaca genovesa es constructiva, generosa, lúdica y sabrosa de toda sabrosura. Y todo gracias a la berenjena.

Doña solanum melongena, que así se llama en el mundo botánico, es más vieja que caminar para adelante. Hay quienes le dan cuatro mil año de vida, es decir habría nacido en el 2000 de la llamada era precristiana (siempre sostuve que los ateos estamos jodidos a la hora de comprar almanaques). Afirman que es originaria de la India y China, que luego se instaló en Africa y que los moros la introdujeron en la Europa mediterránea. A América llegó en un baúl de conquistadores; me quedo con la berenjena en casa y con los conquistadores en el purgatorio, mientras se preparan para un buen adobe en el Averno.

Pobre doña solanum, porque durante mucho tiempo sufrió los mismos desaires y desprecios a los que fuera sometida la papa en las viejas cocinas europeas. Al tubérculo americano lo llamaron comida para cerdos, soldados y menesterosos; a la berenjena la acusaron de ser la causante de histerias, locuras y otras insanías. ¡Qué barbaridad con aquellos señoritos de los siglos XVI, XVII y XVIII; qué brutos!

Por supuesto que nada sabían de escabeches y milanesas, ni de griegas llamadas musakas, que son algunas de las variantes en las que las podemos disfrutar. Ni mucho menos de las berenjenas al chocolate con las que una vez me agasjaron en Sicilia, y ni que hablar de los raviolones de berenjenas, mozzarella y albahaca que preparan en la casa de pastas La Genovesa, ubicada en Thames 2080, Palermo Viejo; teléfono 4774-0319.

Para un domingo de fiaca nada mejor que darse una vuelta por allí, bien temprano, porque la clientela es mucha y leal; preparar en casa la sala preferida, recibir a los comensales y tener siempre listas unas buenas botellas de tinto.

Luego, cuando todos se fueron, a meterse en la cucha, con el Quijote y una taza de café:

Yo te aseguro, Sancho –dijo don Quijote-, que debe de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia; que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escribir. -Y ¡cómo –dijo Sancho- si era sabio y encantador, pues (según dice el bachiller Sansón Carrasco, que así se llama el que dicho tengo) que el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena! -Ese nombre es de moro –respondió don Quijote. -Así será –respondió Sancho-; porque por la mayor parte he oído decir que los moros son amigos de berenjenas. -Tú debes, Sancho –dijo don Quijote-, errarte en el sobrenombre de ese Cide, que en arábigo quiere decir señor.