lunes, 15 de junio de 2009

Los argentinos somos chimichurri












"To be or not to be". Andá a cantarle a Gardel

Por Víctor Ego Ducrot

La culpa es de Senel Paz. Todo empezó la noche que él y su mujer, la cineasta Rebeca Chávez, cenaron en casa. Con una pata de cordero asada al chimichurri y unos tomates al horno gratinados con camembert, nuestra velada derivó desde libros y películas hacia amigos comunes. El primero que cayó en la volteada fue Ciro Bianchi.

Antes de continuar, las presentaciones. Senel figura entre los escritores más leídos de Cuba; su relato “El Lobo, el bosque y el hombre nuevo”, de 1990, se convirtió en la película “Fresa y Chocolate”, de Tomas Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabio. Rebeca es cineasta (“Ciudad en rojo”, de este año) y Ciro Bianchi, escritor de finísima pluma, es el mejor cronista que he leído en muchísimo tiempo. Uno de sus últimos libros, “Yo tengo la historia”, fue presentado en diciembre pasado.

Sobre él y otro de sus títulos, “La memorias ocultas de La Habana”, el periodista Luís Sexto escribió: ¿Quiere usted saber cómo murió José Lezama Lima, o conocer cuál fue el crimen del siglo en La Habana, y además enterarse de duelos y duelistas, y de decenas de episodios que matizaron la vida de la capital cubana en el siglo XX? Lea a Ciro Bianchi.

Al regresar a Cuba, Senel le chusmeó a Ciro que habían morfado en casa e incurrió en la exageración de elogiar mi cocina. Éste, no descarto que con un poco de envidia por no haber estado entre la corte que le hincó el diente al cordero, me envió un correo electrónico contándome algunas de las consideraciones que le habían llegado de mentas y que, finalmente, había probado el famoso chimichurri (supongo que Senel le habrá obsequiado algún frasquito trasegado desde la Reina del Plata).

Y le contesté: has tenido la oportunidad de introducirte en el gran rito argentino; mirá, sin el tango no sabríamos qué hacer con nuestra melancolía, sin el peronismo, para bien y para mal, no se entiende el país del último medio siglo…pero el chimichurri, eso es otra cosa, pertenece al orden ontológico de la argentinidad. Aquí desculamos el interrogante de Hamlet, aquel to be or not to be: los argentinos somos chimichurri; no lo inventamos, esa salcita nos inventó a nosotros.

Entre todas las opiniones acerca de la historia de la palabra (vaya uno a saber cuál es cierta) me quedo con la del comerciante inglés Jimmy Curry, quien, dicen, inventó el chimichurri porque (buen inglés al fin) no se bancaba aquellos asados jugosos a pura salmuera. Y prefiero la versión de don Jimmy porque me suena por completo inverosímil; ya saben ustedes que si existe tarea difícil esa es la de determinar seriamente el lugar de origen de tal cual plato, de tal o cual sabor.

También quizá sepan que mi filosofía sobre gustos y preferencias es la que me enseñó mi abuela (no hay nada escrito y lo mas rico es lo que a usted más le gusta). Teoría esa que sin embargo no impide abrir juicio ni recomendar, toda vez que, en forma previa, le rindamos homenaje a esa suerte de relatividad cultural a la virulí.

Por eso me animo a proclamar a los cuatro vientos (en el momento que escribo esta historia ojalá sea del Sudeste, así termina con la pegajosa humedad que esgunfia a los porteños) que el mejor chimichurri que campea por nuestras tierras es Arytza, el que elabora el maestro Mariano Carballo, creador también de las mejores mostazas y otras yerbas artesanales argentinas, en su pequeña fábrica de Villa Urquita.

Pueden adquirirlo en muchas tiendas y almacenes de buen gusto, también en algunos supermercados. Pero si no lo encuentran, porque los fanáticos no le damos tiempo al pobre Mariano, entonces llámelo a su fábrica. Les paso el teléfono: (011) 4551 6723. No se lo pierdan.