miércoles, 21 de julio de 2010

¡Ay Micaela, qué buena que estás!


Me sedujo tu vestido blanco y metafísico, a la hora de comer.

Por Víctor Ego Ducrot

Siempre me pareció medio trucho el diccionario real cuando dice que la ética es la parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre y el conjunto de normas morales que rigen la conducta humana. Sí me convence un poco más cuando se mete con αἰσθητικός, en griego sensible, o estética, y sentencia lo siguiente: perteneciente o relativo a la percepción o apreciación de la belleza y ciencia que trata de la belleza y de la teoría fundamental y filosófica del arte.

Respecto de la primera afirmación, no me convence eso de la confusión de lo ético con lo moral, pero por sobre todas las cosas me irrita que el condestable del canon de las palabras tome partido filosófico, y por lo tanto nos deje fuera a quienes consideramos que la conducta humana se rige más por los deseos que por lo que otros (humanos, no me vengan con lo divino) definen como bueno y como malo. ¡Una truchada!

Lo relativo a la percepción suena apropiado, o por lo menos no tan conflictivo como lo de la ciencia de lo bello; es decir, en este capítulo podríamos tranzar. Y sobre todo si nos permitimos combinar un poco de cada hierba y hablar entonces del “deseo estético”. A ver si pongo las ideas en orden.

El otro día, los quehaceres del laburo docente me llevaron por los senderos de la pampa nuestra que estás en la tierra, para el Sur del Gran Buenos Aires, e hice parada en los pagos de Lomas de Zamora. Y digo la pampa adrede, para criticar, aunque sea al toque, a cierta tradición del relato argentino, que desde el siglo XIX - sí, por lo menos desde el Facundo de Sarmiento -, asocia toda indagación acerca de lo que somos como país, sociedad y cultura a la llanura y su misterios, pero a una llanura casi platónica, no pisada ni olida. Con la admiración que siento por ellos, esas son las pampas de Martínez Estrada y de Carlos Astrada, por solo citar a los gigantes. ¿Por qué la saga ensayística vernácula no le reconoce a Lucio V. Mansilla el lugar que debería ocupar? ¿Por el hecho de haber sido la suya una pampa transitada a lomo de caballo?

Seguro que si viviese, el autor de la Excursión a los indios ranqueles hoy hubiese escrito acerca del cono urbano con la misma mordacidad que lo hizo sobre aquella tierra, finalmente arrasada por el genocidio roquista y el alambrado patricio. Hubiese descubierto el “deseo estético” portentoso que anida en la persistencia de nuestros varones y mujeres de a pié, como aquellos y aquellas que todos los días cocinan, tienden las mesas y atienden a la clientela en la parrilla Micaela, de Oslo y Molina Arrotea, en los fondos de Lomas de Zamora (teléfono 42831925, aunque no hace falta reservar).

Es una esquina de gente de trabajo. Los colectivos pasan muy cerca y los camiones amagan guiños y lucecitas. Por ahí están las casas de esa gente de trabajo y un que otro taller. Un escenario muy lejos de los destacados por la llamada prensa gastronómica, tan perfumada ella que jamás repararía en el refinamiento de una mesa tendida casi justo sobre la ochava, tan blanca con su mantel cuidado, tan siempre sola, casi venerada.

Cumplí el rito imaginario y no la ocupé yo para disfrutar la mejor entraña asada, un corte de chorizo casero y una fuente de papas fritas, fritas como dios manda; y un tubo de tinto, claro. Es que el vestido blanco de aquella mesa de Micaela me decía de un deseo y de una estética sólo compresible desde la metafísica de los cuerpos tangibles. Vamos, dele, anímese a una ética verdadera. Tómese un bondi o vaya en coche; además con unos treinta pesos por persona se come a gusto y de regusto. Eso sí, cuide la mesa vestida con mantel blanco, que es parte de nuestra búsqueda de la belleza.