domingo, 10 de mayo de 2009

Qué vuelvan Doña Petrona y Juanita




















Esas son recetas y no las que sufre don Barnes

Por Víctor Ego Ducrot

No me digan melancólico ni que la de ella es una cocina que ya fue. ¡Por favor! Pese a Internet, a la TV gourmet y a los cocineros mediáticos, todavía nadie influyó en tantas culinarias caseras como lo hicieron el libro de Doña Petrona (dicen que el más vendido de la historia editorial vernácula) y su programa de la televisión en blanco y negro, junto a la inefable Juanita.

Hacía rato que tenía ganas de escribir esta columna pero por un motivo u otro siempre iba quedando para después; y hasta tal punto descubro mi parcialidad que, primero en radio de la Ciudad –hasta que Macri me rajó- y ahora en la Voz de las Madres, la AM 530, no me canso de musicalizar el programa “Los sabores de América Latina” (escúchenlo los viernes a las 20 horas, ta gueno ta) con el tema “Doña Petrona, la cocinera de la patria” (sus acordes son horribles, Ja Ja), del creo desaparecido grupo de rock Aguante Baretta.

Hace un par de semanas, alguien, no quiero recordar quién, me dejó de plantón en una esquina de la calle Corrientes, y para contrarrestar la mufa decidí entonces recorrer librerías. Yira que te yira la curiosidad estacionó sobre una mesa de la editorial Anagrama. El inglés Julian Barnes, el autor, y “El perfeccionista en la cocina”, su título.

Comienza así. En mi infancia, el remilgado proteccionismo habitual rodeaba las actividades de las cabinas electorales, el lecho conyugal y el banco de la iglesia. No advertí la existencia de un cuarto lugar secreto (…) en la familia inglesa de la clase media: la cocina (…). Y de la cocina cabía decir lo mismo que del sexo, la religión y la política; cuando empecé a averiguar cosas por mi cuenta, era demasiado tarde para preguntar a mis padres (…). Entre las visitas, trascendió que yo cocinaba. Mi padre observó esta novedad con la misma suspicacia benévola y liberal que había mostrado cuando me sorprendió leyendo “El manifiesto comunista” (…). El fruto de todo (eso) es que si bien ahora cocino con entusiasmo y placer, lo hago con poco sentido de la libertad o la imaginación (…).

Barnes nació en 1946 y es uno de los novelistas ingleses más prestigiosos (“Metrolandia” y “El loro de Flaubert”, entre otras). Además, dice, le gusta morfar y cocinar; aunque, según se desprende de su propio texto, esto último con demasiados remilgos extra culinarios. Lean el libro que hoy nos ocupa y verán por qué lo digo.

La cuestión es que, a través de un interesante recorrido sobre algunos de los mejores libros de cocina de la Europa de nuestros días, don Barnes termina compungido y hasta intenta trazar una perceptiva para el uso de los recetarios: no reparar en las ilustraciones; dejar de lado los de diseño artificioso; evitar los que tratan muchos temas; no comprar libros recomendados por el chef; jamás uno sobre jugos si no se tiene un buen exprimidor, y nunca una antología de cocina regional; huirle a las recetas famosas y no reemplazar una edición antigua por otra más reciente de la misma obra, ni adquirir recetarios que se venden con fines benéficos; y siempre recordar que quienes escriben sobre cocina son como cualquier otro escritor, para bien y para mal.

No le falta humor al tal Julian, es bueno dándole a la tecla pero se zarpa en eso de cultivar la english flema, la pavotería diría yo, porque miren que ponerse tan difícil a la hora de cocinar, to much diría alguien ¿O será que no tuvo la suerte-desgracia de nacer en estas pampas y entonces conocer a Doña Petrona?

Porque ella despeja dudas, es certera pero estimula la creatividad. Y si no pregúntenle a una abuela que supe conocer. Entra las hojas manoseadas de su ejemplar guardaba estampitas milagreras, y su marido grabados pornográficos. ¡Glup!