martes, 11 de mayo de 2010

¿Alguien sabe qué comen los poetas?


No hay peor duda que la metafísica. Jamás bajas calorías y siempre vino.

Por Víctor Ego Ducrot

¿Quién te ha visto y quién te ve? ¿Qué es eso de ponerse metafísico, después de tantas alharacas antiplatónicas desde esta misma columna? Permítanme que se los explique.

Días pasados le escribí al poeta Daniel Freidemberg y nuestro diálogo electrónico fue más o menos el siguiente: Dígame ilustre, qué comería EL POETA una nochecita de otoño…Mi estimado, esa pregunta es redundante; de parte de usted sólo espero sorpresas, de mi menos que precaria cultura culinaria sólo se puede esperar que diga las papas fritas o los varénikes que hacía mi vieja…¿Me permite usted usar esta charla?, para publicar digo. La respuesta a mi petición de permiso nunca llegó, o llego demasiado tarde, no me acuerdo; por lo cual, como habrán visto, me tomé la licencia de compartirla apenas si con aviso previo.

En primer lugar debo aclarar que lo del arranque metafísico viene a cuento de la expresión EL POETA, como si el mismo existiese en tanto idea absoluta y al costado oscuro de la Historia, en la cual no existe semejante devaneo sino una saga mágica y milagrosa de innumerables poetas, ellas y ellos, porque la palabra poetisa (s) no me gusta. ¡Qué se yo, se me trabucaron las neuronas, de allí eso de “el poeta universal y eterno”!

Amigo Freidemberg, usted es un maestro de la poesía, y su vieja era una sabía en la cocina. ¡Varénikes y papas fritas!, un libro de Baudelaire (el demonio se agita a mi lado sin cesar; flota a mi alrededor cual aire impalpable; lo respiro, siento cómo quema mi pulmón y lo llena de un deseo eterno y culpable…). ¡Qué más!

Antes de meterme con el morfi, déjeme aprovecharlo como maestro y hacerle un pedido. Por favor, lea el libro Panteo, del poeta Pablo Ohde (Libros de la talita dorada; La Plata; 2009) y después ilústreme acerca qué le pareció. Debo decirle que me deslumbró su lectura, como así también el prólogo de Fernando Alfón, quien cuenta sobre un extraño llamado telefónico que le hiciera el autor sólo para anunciarle: al arco Evita –ataca los penales sentada en una silla-. En la línea de defensa, como zaguero a José Ingenieros –un referente en el área-, como stopper a Lucio V. Mansilla –vasta experiencia en el interior-, como segundo stopper a Sarmiento –vasta experiencia en el exterior-…y sigue. Y le adelanto un texto de Ohde: el lento transcurso del tiempo / hará/ que sucumban las sombras/ bajo tierra.

Ahora sí, a las papas fritas. Creo que alguna vez ya lo escribí; acerca de ellas tiene vigencia el denominado paradigma mendocino. No conozco ningún boliche de la ciudad andina en que las susodichas no sean excelentes. ¿Por qué será? Si hasta logran que las cortadas bien grandotas no pierdan nunca esa crocantezsaladaseductora.

Y por último (¡qué atrevimiento el mío si me lanzase a una teoría sobre los varénikes!), simplemente comparto la receta para unos que alguna vez ensayé, diría que con moderado éxito. Preparen un puré de papas, con sal, pimienta y cebolla picada y sofrita en grasa de pollo. Métanle entonces a la masa, de harina con un huevo batido, agua y sal en el medio; estirarla sin que grite demasiado y cortar como para discos de empanadas, pero más pequeños. Se rellenan con el puré, ahora el repulgue y al agua pato, hirviendo y salada. Servirlos, escurridos y bien calientes, con un poco más de cebolla rehogada en otro tanto de grasa polluna. Aunque nada de todo esto será posible sin su correspondiente tubo de tinto.

No serán como los de la mamá de Freidemberg, pero zafan. ¡Ah!, no podía ser de otro modo: y si inventamos una papa frita gigante, que sea cohete intergaláctico, para subirlo allí al farabute del Clepto Cobos, y que se vaya joder a Venus. Muy buen provecho.