sábado, 1 de agosto de 2009

Una palabra que empieza con co…



Frita y crujiente. Con sal y un vaso de vino

Por Víctor Ego Ducrot

Comanches; los mataron a todos. Consuelo; me dejó de plantón una noche en Barcelona. Cornucopio; muy difícil. Corsé; pasado de moda pero suena bien. Cocina; muy obvia en esta página. Cogito; ergo sum, gracias don René. Consideración; los de la Mesa de Enlace no tienen ninguna, ni con el gobierno, ni con vos, ni conmigo. Consomé; prefiero sopa. Cornúpeta; sí, eso mismo. Coqueluche; la gripe hizo que quedase desactualizada. Coscorrón; será el que reciba de vuestra parte si sigo con esto de las palabritas.

Punto y coma, el que no se escondió se embroma; ya encontré la que buscaba pero se las voy a hacer difícil.

Su nombre oficial es Odontesthes incisa; también le dicen laterino, manilita y pejerrey de ojos negros. Es un pescadito esbelto y alargado, y nada en cardúmenes desde el sur de Brasil hasta las aguas heladas de la costa patagónica. Como picada son invalorables aunque, pobres, tienen mala prensa como las mandarinas; vaya a saber uno por qué razón (¿estulticia?) algún salame dictaminó que lo barato y popular no engalana las mesas ¡Bah! En mi barrio a eso le decían tilinguería.

Sí señoras y señores, la palabra era cornalitos. Pasados por harina y fritos, luego con abundante limón. También a la (nuestra) provenzal y que la fritanga marche con ajo y perejil, siempre con generosa sal. Claro, ya sé, los médicos se cabrean con eso de la sal, pero tengan en cuenta que con algunos de sus sucedáneos podemos zafar.

Y antes que me olvide, si a la enharinada ustedes le añaden pimentón dulce y ají molido bien triturado, siempre me agradecerán el consejo. Para acompañar y darle un gustazo al garguero no se olviden del vino, que casi todos y la tradición dicen que debe ser blanco pero este escriba considera que como pintar no lo quiere, cualquiera puede ser el color. Con un rosado de malbec refrescado en su punto son inolvidables.

¿No quiere ir a la pescadería ni enchastrar todo con un revoleo de harina sobre pisos, muebles y paredes? ¿Convive con alguna o alguno de esas o esos que son maniáticos con los olores y enemigos del vaho persistente que deja toda fritura? ¿No quiere perder la paciencia y sí despacharse una buena pitanza pesquera sin esgunfios ni mal humor? Pues entonces enfúndese un abrigo que la mano viene fría y salga a la calle en busca de un buen fondín desprejuiciado ante reclamos de pituitarias y delicados (o delicadas).

A veces la búsqueda resulta ardua, como me sucedió a mi los otros días (ya expresé la idea acerca de la mala prensa que sufren los cornalitos) a tal punto que me senté a comer cualquier otra cosa, y esperar la hora de mi venganza.

Y me vengué, pero no en Buenos Aires sino en La Plata. Andaba por las calles de don Dardo, como suelo hacerlo en forma habitual, ahora de reunión en reunión porque las vacaciones de invierno y la gripe interrumpieron las labores docentes, y descubrí un lugar que me sedujo por su nombre, El Copetín (otro día les contaré una historia sobre copetines y García Márquez), en la esquina de diagonal 74 y calle 59. Me senté, cruce los dedos y le espeté al camarero, una buena fuente de cornalitos por favor. Cómo no, por supuesto, ¿y vino blanco? El vino elíjalo usted, más que el color me importa el sabor.

Mi salvador dio media vuelta, enfiló hacia la barra y con toda naturalidad ordenó los cornalitos. Mientras esperaba me distraje pensando qué cerca y que lejos está uno siempre de la felicidad; no hay pensamiento dialéctico que resuelva el acertijo, somos hijos no de la providencia sino del azar. Solo, en El Copetín, y a la espera de mis pejerreyecitos de ojos negros sin argentina provenzal, no importa. Fue un día de suerte.