miércoles, 1 de julio de 2009

Don Marcos y su vaca espacial




Nuestro querido bife de chorizo corre peligro

Por Víctor Ego Ducrot

Los argentinos tenemos muchas vacas. Las ajenas, de don Atahualpa; la cubana, de los Redonditos, y la de Humahuaca, de María Elena Walsh, por ejemplo. También la de mi amigo Marcos, un mendocinito de 6 años que lleva anteojos y tiene pinta de científico loco, quien una noche y tras pispiar el cielo me preguntó, ¿vos sabés por qué a la luna le falta un pedazo?

Como ustedes se imaginarán, quedeme pensando en menguantes y crecientes, como para preparar una respuesta que me haga pasar por serio, cuando él mismo sentenció, porque se lo comió mi vaca. Pero Marquitos, le dije, las vacas no andan por el cielo y menos a estas horas. Me miró con cara de estos adultos que tontos son y le puso punto final a la polémica: la mía sí porque es una vaca espacial. ¡Chupate esa mandarina!

Pero, ¿será cierto que los argentinos tenemos muchas vacas?, y si es así ¿dónde cuerno están? Porque todos sabemos que cada día quedan menos y que la carne no para de aumentar sus precios; aunque, claro, no todos ofrecemos las mismas explicaciones.

Los picarones de la mesa de enlace le cargan la romana al gobierno y se hacen los giles cuando alguien les recuerda lo siguiente: primero, si andan tan mal, ¿por qué nadan en guita y tienen tiempo para conspirar, como lo hace Biolcati, el de la Sociedad Rural, con el escriba de la fusiladora, al avejentado Mariano Grondona? Y segundo, ¿no será que la expansión de las fronteras productivas de la soja nos está dejando sin churrascos? ¡Por favor Ducrot, sierra esa bocota de comunista y subversivo, sólo te falta ser negro, judío y maricón!

Dejemos de lado a tanto fachito suelto y a sus joyitas semánticas (ahora no se atreven a decirlas en público pero sí en el country, o las piensan), para dedicarnos a lo que creemos saber, sobre aquellos asuntos del morfi y del escabio.

Hace unas semanas, el periodista gastronómico italiano Rosario Scarpato me envió una copia de su último documental “Réquiem para carne de gaucho”, una inquietante mirada sobre nuestra pasión por el asado y mucha información acerca de su probable holocausto en manos de los sojeros y de los criadores en corral o feedlots.

Entre otras cosas nos recuerda que aquella famosa carne argentina, de pasturas y vacas aeróbicas, corre peligro de extinción, y que la mayor parte de los cortes que se consumen en casa, en parrillas o en restaurantes provienen de animales sometidos al llamado alimento balanceado. ¡Ojo, que en los corrales con cerdos que comen ese tipo de porquerías nació la famosa gripe porcina!

Y para que no tengamos tiempo de relajarnos, el jueves pasado en La Plata, en una de las jornadas que organizamos los del proyecto Qué comemos cuando comemos, de la UNLP, con Defensa del Consumidor del Municipio capital bonaerense, la nutricionista Myriam Gorban explicó con lujo de detalles que las carnes de corral contienen una dosis mucho más alta de componentes provocadores de colesterol y otras yerbas en torno a las cuales nos alertan los médicos; por no hablar de sus notablemente menores cualidades gastronómicas, esas que, cuando existen, nos permiten convertir a la necesidad de alimentación en goce o disfrute.

Ustedes me dirán entonces chau asado y parrillada. De ninguna manera, debemos persistir en el ser (gracias don Baruch) y seguir dándole a la pitanza cárnica con encomiable valor. El problema está en que, como aquí cero denominación de origen y cero trazado del producto para la inmensa mayoría de los consumidores, es muy difícil saber dónde se compra o dónde se come buena carne argentina. ¿Será en el espacio de mi amigo Marcos?