sábado, 28 de junio de 2008

The Choripan Inc. of Cayman Islands



¡Chupáte esa mandarina! Las milanesas serán ajenas

Por Víctor Ego Ducrot


Primer Acto. A ver, a ver. Supongamos en puestos callejeros, playas, chanchas de fútbol, plazas y estaciones de trenes y subtes. ¿Un millón de choripanes por año, para empezar…por qué no? Los panes los importo de Estados Unidos, la carne picada, la grasa y los condimentos, en piezas concentradas, están muy baratas en Nueva Zelanda; y en China, por unas chirolas, consigo millones de piolines. Todo, a precios FOB en Buenos Aires…más locales, mano de obra, rubros varios y costes financieros, unos 75 centavos de dólar por sánguche. Digamos a tres pesos cada uno, casi un palo verde anual al grito de “a lo chori, chori”. Sí, sí, un negoción.

Segundo Acto. Hola Mike. ¿Cómo estás? Sí, soy Pepe Soja, el que abrió la cuenta el otro día, ¿te acordás? ¿Cómo está el tiempo allí en Caimán? Qué vida la tuya, no. Meta playa…Mirá, tengo una negocio bárbaro. Si algunos jubilados japoneses de esos que guardan su ahorros en tu fondo de inversión ponen 500.000 dólares, les ofrezco una renta mínima de 35 guitas por cada in God we truth. ¿Cómo lo ves?

Tercer Acto. Unos meses después. Un distinguido diario argentino entrevista al joven empresario del año Pepe Soja, el emprendedor que con su esfuerzo, empuje y buen manejo de las nuevas tecnologías promete convertirse en el rey del choriglobal. Fin. Aplausos. Fue una función a beneficio de los pibes pobres de Villa Tachito.

Inicié mi nuevo oficio de dramaturgo berreta gracias a una nota que leí la semana pasada en el diario La Nación: “la concentración llega al negocio de los restaurantes argentinos (…). A simple vista, Kentucky, la tradicional pizzería de Villa Urquiza, y Rond Point, la exclusiva confitería de Palermo Chico, no tienen mucho en común. Sin embargo, los dos locales comparten el mismo dueño: el grupo inversor Aragón, que también controla otras propuestas gastronómicas clásicas de Buenos Aires, como Selquet o el renovado café Las Violetas (…)”.

Para muestra sobra un botón, como decía mi abuela, la hacedora increíble de una sopa de gallina con fideos de harina y queso –los pasatelli- que jamás volví a probar. El potaje de la vieja Ercolina nada tiene que ver con el tema que nos ocupa pero me acordé de ella y de su cocina, así de repente, y para no olvidarme se los cuento.

¿Qué locura no? Pero no podía ser de otra forma. Si como dice el programa de Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación (FAO), el 70 por ciento de la producción y la distribución de alimentos a escala mundial está en manos de una docena de corporaciones transnacionales, por qué los restaurantes de este país, con una cultura de comer afuera que resiste todo terremoto, se mantendría al margen de la moda global.

Y así estamos, como lo demuestran “el campo”, la banca y seguro que hasta la industria de valeros y yo-yoes (¡que antigüedad!): en el paraíso de los Pepe Soja y personajes parecidos (toda coincidencia con la vida cotidiana NO es casual).

De pura bronca nomás, o como conducta de acción directa anarcoindividualista, decidí emprender la ruta del empacho reivindicatorio, gastándome hasta el último de los pocos pesos que uno suele tener en casa, para recorrer cantinas y bodegones, y comer milanesas, sopas, tortillas de papa y zapallitos rellenos en cocinas de nobles y esforzados restauranteros no globalizados.

Les recomiendo una, El Club Eros, en Uriarte 1609, en el viejo barrio de Palermo, de Palermo así como suena, sin denominaciones fashion; el mismo que le dio cobijo a don Jorge Luís Borges, el mismo al que en otros tiempos se le decía…me tenés seco y enfermo. Los ravioles estaban para chuparse los dedos, y el flan mixto ni les cuento.