martes, 27 de abril de 2010
Una cazuelita de Ojos Negros. ¡Qué tal!
Para Miguel la aventura, para Eduardo los lauros. Por sus mariscos y letras.
Por Víctor Ego Ducrot
¡Qué días los que corren! No nos da el tiempo para tanta causa justa. Por un lado patear las calles para que le Ley de Medios sea una realidad; por el otro no olvidar cómo es que Clarín y sus pollitos mienten a lo bobo (¿vieron la de macanas que inventaron contra las compus para las escuelas?). Les recomiendo leer en Internet redusers.com: clarín desinforma sobre la netbook de Cristina; y por supuesto –no hace falta que lo aclare-, defender en todo lo que sea al gobierno nacional cada vez que la derecha la emprende contra él. ¡Ah!, me olvidaba: Macri debe ser sometido a juicio y dejar el gobierno de nuestra bendita Santa María de los Buenos Aires.
Con tanto laburo a veces se hace difícil encontrar un huequito para los disfrutes, como el de la lectura, el morfi y la cocina. La semana pasada anduve corto de reloj y ni les cuento de morlacos (el que no tiene complejos para disponer de la guita ajena es el farabute del juez Griesa…¡Griesa, compadre…!; no se preocupen, no terminaré la frase). Entonces no visité boliche algunos, de esos que suelo recomendarles; y por eso se me ocurrió hoy contarles la historia de una cazuela de mariscos con la que ya hace un tiempo me agasajó mi querido amigo Eduardo Sguiglia, novelista el hombre: ¿se acuerdan de Fordlandia?
Pero como decía mi abuela, no me apuren si me quieren sacar bueno. Antes de entrar en plato permítanme recordar muy brevemente lo que le sucedió a otro amigo (lo vamos a llamar Miguel). Cuando ciertos farabutes, esta vez vernáculos y con nombres completos, Fernandito de La Rúa y Dominguito Cavallo, por mandato de los conocidos de siempre dejaron al país en pelotas, el pobre Miguel, desempleado como millones y sin un mango como más millones, decidió pirar para el África. Y en que balurdo se metió: quedó atrapado en cuanto bolonqui ustedes puedan imaginar que quedan atrapados los que se dedican a tráfico de piedras preciosas.
En fin, no les voy a narrar lo que le sucedió después, porque resulta, y perdón por la mantireja, que Miguel no es amigo mío sino que es el personaje principal de Ojos Negros, la última novela de Eduardo Sguiglia, por estos días en las mejores librerías de su barrio, que no es lo mismo que en la cartera de la dama y el bolsillo del caballero (vieron que nuestros vendedores ambulantes ya no recurren a esa frase…¿por qué será?).
Aquella cazuela de don Sguiglia, recuerdo, contenía todo lo que una buena cazuela de mariscos debe contener ( no como esas truchas que ofrecen algunos bodegones, con un camaroncito lastimoso y meta calamar, para que aumente y enllene): camarones claro, y algo de calamares también, pero además muchos bichos varios, como mejillones, berberechos, cayos de vieiras, pulpo, almejas y ¡qué se yo!, sobre un sofrito de tomates, cebollas, ajos, pimiento y yuyitos o hierbas aromáticas; y gozadoras las bestiezuelas del mar en tanto caldo de pescado, vino blanco y ciertos besos de ají del que pica, sin abusos, para no andar después a la puteadas y con la lengua que parece de dragón.
Buenos Aires, abril de 2010. Mi querido Eduardo. Lo felicito sinceramente por la nueva novela. Me atrapó su África; y a propósito, no hace mucho me hablaron de un restaurante en nuestra ciudad que se aplica a la cocina de ese querido continente. Si usted lo conoce o algún lector de esta carta tiene el dato, por favor pasarlo. Me comprometo. Lo invitaré a vuestra excelencia y señora, mi también querida amiga doña Marx, a darnos una panzada. Al fin y al cabo, y como usted sabrá, pese a que los garcas se hacen los distraídos, la culinaria argentina mucho le debe a la maravillosa tierra de Lumumba y tantos otros. ¡Salute y venda muchos ejemplares!
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