martes, 13 de abril de 2010
Si quieren guerra, que tengan Guerra
¡Epa, qué belicoso ché! Comete una parrillada con amigos, al borde de la ruta
Por Víctor Ego Ducrot
¿Se acuerdan de aquella gilada peace and love? ¡Mirá vos que andar haciéndose el lánguido o la lánguida, no viene al caso, en tiempos en los que millones de jóvenes creían y se jugaban por un mundo mejor! En fin, se me ocurre que una de las peores consecuencias de la derrota a golpe de tortura y asesinatos fue la prohibición de ciertas palabras, como si lo que no se dice no existiese…Jajaraijajá.
Y sí ché, estamos en guerra. De qué otra forma que como a enemigos podríamos tratar a una banda de señoritos y señoritas que se escudan detrás de sus fueros judiciales – algunas veces obtenidos por merced y gracia del genocida Videla –, para obstaculizar toda iniciativa del gobierno nacional, de un gobierno que fue elegido con más del cuarenta por ciento de los votos; para favorecer al Grupo Clarín y a su principal dueña, sospechada de crímenes de lesa humanidad. En una palabra, para jugar en contra de la pobre doña Justicia.
Ojalá tenga que comerme esas palabras, porque según dicen por ahí los de la Corte Suprema se están cansando de tanta medida cautelar a pedido; pero lo cierto es que, hasta ahora (ahora es el momento en que escribo estas líneas), mucho se preocuparon por pedirle “mesura” a la presidenta y muy poco por la forma en que sus señorías protegen a Ernestina, ¡y para no hablar de lo que están haciendo contra la nueva Ley de Medios!
Siempre se me va la mano, o mejor dicho el teclado de la compu, ya que hoy quería contarles acerca de otra Guerra.
Hace unos días rumbeamos para Paraná, tierra bonita ella sobre el río, dueña de árboles y flores que salvan a los humanos de las imprecaciones propias del cemento, de los semáforos y del asfalto. Eso sí, fueron dos días de calor machazo, un exceso para principios de otoño; y, como siempre o por lo menos con encomiable frecuencia, lo que mató fue la humedá.
Fuimos al cumple que no al onomástico de nuestra amiga Gabriela Rossi, conyugue legal de nuestro también amigo Mario Elizalde. Se trató de una fiesta sorpresa al pie de un galpón con luces, ventiladores y musiqueros para bailar, en la que ni un grupo de mariachis faltó, con sus guitarrones y Adelitas (me hice una panzada con los ciertos temas de siempre de José Alfredo Jiménez). Sin embargo, lo mejor de la festichola, ¡después de la belleza de la cumpleañera, por supuesto!, fue el asado de campo que nos despachamos; para el recuerdo se los aseguro.
Y para el recuerdo quedará lo del día siguiente. Puestos a someternos al inflijo de la madre carne, sin culpas ni remordimiento, después de la trasnochada nos fuimos de almuerzo a lo de Guerra. Déjame que te cuente, limeña.
Al borde la ruta 12, sobre su kilómetro 16, a media hora en auto desde Paraná, un lugar apacible para darle al diente, y a la copa claro, bajo el fresco umbrío de los aguaribayes –que dan un fruto picoso al que le dicen la pimienta de los pobres-, y disfrutar, por ejemplo, de la siguiente mesa: por favor maestro, para empezar una picada de matambre y queso de campo, y unas empanadas fritas, crujientes y persistentes en sus jugos; luego una parrillada con fritas y ensalada mixta. Y que el vino sea tinto y abundante.
Dale que dale al manduque, nos sorprendió la media tarde. La sombra del aguaribay más fiel que nunca, la ruta tranquila porque era domingo y sólo un incidente para lamentar: ¿se imaginan si a la vera del camino los campos siguiesen siendo montaraces, o al menos luciesen cultivos benignos?
Pero no, allí impera la maldita soja del monocultivo, la que le llena la panza a los biolcattis y a los bussis. Bueno, pero de eso no tienen la culpa los de Guerra; es más creo que ellos también deben sentirse víctimas. ¡Feliz cumpleaños Gabriela!
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