domingo, 2 de mayo de 2010

A lo chori y la empanada. ¡San Perón!



Pero también de berenjenas. Noble, Magnetto, devuelvan a los nietos.

Por Víctor Ego Ducrot

El otro día, y no fue cualquier día, mi queridísimo amigo Ernesto Espeche me preguntó a boca de jarro, ché Ducrot, ¿qué es eso de la cocina peronista? Y les decía que no fue un día cualquiera porque el director de la carrera de Comunicación Social de la Universidad Nacional de Cuyo me espetó su inquietud el pasado 15 de abril, mientras cenábamos después del formidable acto que los mendocinos organizaron frente a las puertas de la Legislatura provincial, para exigir la inmediata aplicación de la nueva Ley de Medios, paralizada por una camarilla de jueces al servicio de los grupos Clarín, Vila-Manzano y otras linduras por el estilo.

Debo decir de mi gran alegría por haber acompañado a los cuyanos aquella tarde en sus calles de afonía por tanto gritar Noble, Magnetto, devuelvan a los nietos. Ahora sí intentaré contestarle a don Espeche, y espero no aburrirlos.

En primer lugar, la tormenta distribucionista de riquezas que comenzó a soplar con la llegada del peronismo al poder, tras aquél 17 de octubre, modificó la dieta básica de los argentinos en un bendito sentido de panzas llenas, variedad y multiplicación de la economía gastronómica en todo el país. Para qué atormentarlos aquí con estadísticas históricas; que los más viejo hagan memoria y que los más pichones exijan relatos y recuerdos.

Dicho lo cual, veamos entonces en qué consiste la culinaria peronista y, dicho sea de paso (perdonen al autobombo pero si la abuela ya no puede hablar del nieto, por qué no hacerlo uno mismo), les recomiendo un capítulo de la flamante nueva edición del libro “Los sabores de la patria”, borroneado por el escriba; éste, vuestro humilde servidor.

Evita cocinera, que ese es el título del capítulo en cuestión, cuenta acerca de un folleto que lleva su firma (la de esa mujer…gracias compañero Walsh). El texto refiere los múltiples usos de la desprendida y solidaria solanum tuberosum, florecida donde los Andes le hacen cuchicuchi a las nubes y salvadora de hambrunas para millones de personas: con ustedes, Su Majestad la papa.

Antes que me olvide; qué buena, mi querido Espeche, esa llamada pizza de berenjenas, en realidad una especie de gratinado de, recostado sobre un manto con tomates y jamón, que nos almorzamos aquél día en el bar de la facultad, antes de mandarnos a la marcha por la Ley.

Ahora sigamos: el primer aporte concreto del peronismo a la cocina argentina fue el desembarco del asado sobre los balcones de la ciudad; no porque antes no se hiciese algún que otro churrasquito en escenarios urbanos sino porque fue gracias al aluvión zoológico que el tufillo rico a humo de chori invadió los aires de la Buenos Aires (habrá sido una premonición de mollejas el bautismo original del garaymendoza; un despelote eso de fundar dos veces, ¿no?).

Y qué me cuenta de lo que sigue: el peronismo inventó las empanadas porteñas, hasta ese momento solo reducto de los yantares de otra tierras nacionales, y no sin disputas acerca de cuáles son mejores (para mi, las jujeña). Sí, el aluvión zoológico ocupó millones de puestos de trabajo creados por el nuevo Estado y desde las comarcas que a usted se le ocurra, don Espeche, llegaron nuevos trabajadores al sector gastronómico; ellos inventaron las empanadas de por aquí, además de instalarlas como amantes eternas de toda buena pizza o fainá. Para mí casi no las hay mejores que las horneadas en la vieja La Americana, en Av. Callo 83, a pasos del Congreso, donde los pineditos, las carriocitas, los solacitos, los solanitas y los lozanitos nos dan vergüenza, todos rejuntados con sus votos.

¡Ah!, me olvidaba. Sí, estoy con lo chori en los actos, ¡y qué!