jueves, 17 de junio de 2010
Chupe, chupe y no deje de chupar
Los huesitos de un buen asado, para ver los goles del Mundial, y festejar.
Por Víctor Ego Ducrot
Así cantábamos de pibes en las tribunas. Chupe, chupe y no deje de chupar, que Argentina es lo má grande…laralaralará. No recuerdo bien las estrofas finales y además los vivas eran más para el cuadrito de nuestros amores que para la selección nacional. Pero ya comienza el Mundial y se avecina casi un mes de locura generaliza, de la cual ni pienso en zafar, porque qué quieren que les diga: sí soy gallina pero sueño con ganar la Copa en el minuto 94 y con un gol de Palermo, de esos que parecen imposibles o impensables, a los mismísimos brasileños, ingleses o gallegos, en ese orden de preferencias.
Y ya que estamos de confesiones que el chupe, chupe y no deje de chupar también suene como lo que es, mi mejor deseo para el más grande de todos los tiempos, sí desmadejado y conflictivo como Diego Armando Maradona; para que le tape la boca al cretinaje condensado del negocio periofutbolero de la tele, de Olé y de muchos, pero muchos, otros más.
Aclarados los tantos y sin temor al orsai ni a que me espeten ché que guarango sos, es que para el debú de la selección en Sudáfrica programé un asado con todos, con mi escritora preferida y mis amigos dignamente impresentables, los que lloramos cuando en el Bicentenario desfilaron los veteranos de Malvinas y a quienes nos dieron ganas de sacar a bailar a la piba, cuando la presi se animó con sus arranques murgueros. Y sí, somos unos sensibleros somo.
En el entretiempo con Nigeria que alguno se encargue de preparar el fuego, y después, cuando hayamos ganado –y si perdemos también, ¡qué joder!- me ofrezco para meterle mano a la parrilla: que salgan unas entrañas aderezadas con chimichurri casero; morcillas vascas, esas que vienen con pasas de uva; y chinchulines chisporroteantes; y por supuesto los infaltables choris, de cerdo puro en sánguche con pan tostado y pasados por un picado muy picado de ajo, perejil, aceite de oliva virgen –comprado en la Facultad de Agrarias de la Universidad Nacional de Cuyo- y un tanto así de mucho de pimienta negra. Zapallitos redondos, berenjenas y choclos al asador, embadurnados luego con el mismo aceite y la misma pimientasal. Para el postre mandarinas criollas, las del perfume que evoca a las Mil y Una Noches y al Cantar de los Cantares. Por supuesto, Malbec y Merlot para la muchachada…nada de agua que es yeta.
Ojalá ganemos como en el ’86, lástima que esta vez no lo veré desde la tribuna. Y ya que estamos, un chisme personal, más que un chisme un recuerdo y un homenaje: a mi amigo Elmer Rodríguez, quien ya viajó de parranda ni el diablo sabe si al cielo o al infierno, y fue el jefe de la cobertura que la agencia Prensa Latina hizo del Mundial de la mano de dios; allí estuvimos varios, laburando en este oficio hermoso que es el periodismo, con tiempo de sobra para que, aquel día de encantos, gritáramos los goles con los que los muchachos del Diego dejaron fuera a los alemanes.
Pero la cosa no quedó ahí. Elmer; el director de entonces de Prensa Latina, Pedro Margolles; el argentino y querido Carlos Bonelli; quien escribe y otros más recibimos la orden de abocarnos a la tarea de llevar a Maradona a La Habana, para que reciba la edición ’86 del premio al mejor deportista latinoamericano que cada año otorgaba la agencia. Lo logramos por supuesto, con cena y todo entre Diego y los suyos y Fidel Castro, oportunidad en la que la mamá “del 10” y el jefe de la Revolución intercambiaron recetas de cocina: ella explicó sus ravioles caseros y él su salteado de camarones en aceite de dendé y leche de coco.
Dale Argentinita querida, ganá la Copa. Y correte Bilardo que la foto no es para vos. Buen provecho y ¡pegue Diego pegue!
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