martes, 9 de septiembre de 2008

Las bodas de mi amigo normal cheese



Acontecieron en Buenos Aires, sin sopas de arvejas ni panakukens



Por Víctor Ego Ducrot

Se llama Henricus Antonius Karel Cocu. No fue camarada de letras de Jacob van Maerlant, a quien consideran padre de la literatura holandesa, ni jamás bebió café con Vincent van Gogh. Tampoco se le hubiese ocurrido enfrascarse en una polémica con el viejo Erasmo de Rotterdam. Le dicen Hennie, es un laburante holandés, y la semana pasada contrajo nupcias muy legales con Laura Israelzon, porteñaza ella, amante de la restauración de cuadros. En pocos días más se tomarán el piróscafo y recalarán en una ciudad de los llamados países petisos, perdón Países Bajos.

¿Saben por que lo bautizamos normal cheese? Porque, don Hennie ofreció una modesta lección acerca de cómo los yoes individuales y colectivos construyen identidad desde la memoria del gusto (sí, yoes como plural de yo).

Fue un gusto darle a las sartenes en casa, una noche, y compartir mesa con los tortolitos. Porque son amigos y porque con él volví a conversar en familia sobre panakukens y sopas de arvejas o erwtensoep, y blasfemar con un godfordomen (más o menos así se pronuncia) desde que mi abuelo tuvo la mala idea de morirse, mi abuelo que no era ni máximo ni real - ¡dios no lo hubiese permitido!-, sino un simple marinero del puerto de Harlem.

A la hora de los postres, la oferta consistió en un vigilante refinado, fresco y casquitos de guayaba en almíbar. Sucedió entonces lo de la lección de identidad a través del acto morfístico. Conversábamos en inglés y cuando en la descripción del dessert surgió la palabra queso, a Hennie se le iluminaron los ojos y preguntó: but with normal cheese?! (¿Con queso normal, no?); es decir con ese que para él, desde su infancia, es el queso de todos los días, el que le enseñó el gusto a queso.

Se originó allí una larga polémica acerca de que cada uno tiene su normal cheese (algo así como que los mejores ravioles son los de la vieja), de la cual derivamos a los Edam, Gouda, Leerdammer y Mimolette, por sólo citar algunos de los más conocidos.

Anyway, but the best, my normal cheese, is the Jong Belegen-, sentenció Hennie, lo cual significa “mi queso es el Jong Belegen”; y me mató, porque no lo conozco o no recuerdo haberlo probado.

La cena llegó a su fin y mientras lavaba lo cacharros –jamás dejes para mañana lo que puedes hacer esta noche- comprobé que la ingesta de alcohol había sido moderada, pues la memoria allí estaba, para hacer un turno de trasnoche.

Rememoré entonces los panakukens que le apasionaban al marinero holandés de gusto aporteñado, bien finos o de masa delgada y con mucho dulce de leche. En Holanda los panqueques son más gordos que los nuestros y los comen dulces o saldos. No saben el jolgorio que provocan unos de arenques ahumados o de zure bom (con el mismo bicho pero en vinagre y con pepinillos).

Y la sopa de arvejas o erwtensoep debe ser cremosa, muy espesa, de esas en las que la cuchara queda clavada mientras los humos de olor nublan la entendedera. ¡Qué decir de la anguila, también ahumada; gerookte paling si viene al plato, broodje paling si de sánguches se trata, todo regado con cerveza o jenever (ginebra)!

Tantos recuerdos y comidas juntas pueden provocar insomnio, una buena oportunidad para buscar entre lo libros las luces y los gestos adustos de van Gogh en “Los comedores de papas” (1885), y pensar en el propio normal cheese: ¿el fresco o el Mar del Plata?

Aunque en materia de quesos nada peor que los fundamentalismos. Por eso les recomiendo los brie y los camembert a la argentina marca “Maestro”. Los consiguen en supermercados, son de primera calidad y a precios razonables. Nada tienen que envidiarle a sus congéneres tan caros de tiendas finolis o gourmand.