jueves, 24 de enero de 2008

Y bueee, está bien…tachame la doble…

De dados, rocanrol y la sana costumbre de un piscolabis al amanecer

Por Víctor Ego Ducrot


Manuel Masetti es un guitarrista muy joven que se las trae. Todavía pispea tímido las cocinas pero, cuando se anime, siéntense a la mesa, que sus síncopas darán que hablar. Con Norman “el Colo” Winter, Matías de Martino e Igor “Motoneta” Sormani se juntaron en Tachame la Doble, una banda rocanrolera que tocó cuando el 2007 se evaporaba, en un reducto de Boedo, y a sala llena.

Largaron con “Cerró el bar”. Impecables pero. Luego se miraron a través del sudor, sonrieron, y estallaron con “Tontos con suerte” y “Pesadilla”, todos temas de la partitura y la voz Masetti. El público reconoció que estaba ante algo distinto a lo que suele sonar en el superpoblado mundo del rock.

Podríamos afirmar que la generala y los dados - en esos menesteres se inspiraron los de Tachame la Doble para bautizarse- tienen una culinaria propia dentro del universo de los comeres y beberes populares de Buenos Aires. Lo mismo sucede con los de las tribus rocanroleras.

Los del billar, como los que codician los cinco dados iguales en un tiro para poder gritar ¡generala servida!, pero que luego, por esos avatares de la baraka -aliento de vida en sufí…o fortuna- deben tacharse la doble , suelen ser noctámbulos al infinito y el hambre los asalta de madrugada.

Ese es el momento de nuestra amiga fiel, la picada, que las tapas son Peninsulares (ojo que allá, del otro lado del Atlántico, son muy buenas) y aquí pretendieron y hasta lograron ocupar un lugar que nos les corresponde, gracias a la tilinguería copiona de la porteñidad acomodada (¡Que burguesía de medio pelo la nuestra!).

El recuerdo entonces para la vieja Academia, de Callao y Corrientes, con sus mesas para generala, billares y picaditas a cualquier hora. Sin excederse claro, un Fernet con soda (nunca Coca decimos los más viejos), queso, salame y aceitunas siempre entona y viene bien, sobre todo cuando la baraka nos es adversa.

Y como el escolaso vive tan cerca del tango cómo no recordar otro boliche de excelentes picadas al amanecer de cada fin de semana, con los ingredientes ya mencionado más otros protagonistas centrales al mando de la inefables papas fritas: Lo de Roberto (ex 12 de Octubre), sobre la calle Bulnes, frente a la Plaza de Almagro.

Los roqueros y los de la generala comparten la nocturnidad pero no el espíritu culinario. En un programa que hasta hace unos días hacíamos en AM Radio de la Ciudad, al explorar los yantares del roncarol comprobamos que los mismos son escuetos (no los de las mega estrellas, que de gira en sus hoteles le dan al caviar y al champán), más volcados al beber que al comer, sobre todo birra, y de lo lindo.

La muchachada rocanrolera es la que impuso el comer rápido y al paso, ya no en los desaparecidos copetines sino en los kioscos abiertos las 24 horas (sanguches de todo tipo, panchos y muchos alfajores). También le dan a los choripanes y por supuesto a “la pizza y fainá…” como dice el blues, pero con mas cerveza que moscato.

Lástima que a veces los hechos transcurren sin dejar la suficiente memoria. El rocanrol y el blues de Buenos Aires pudieron haber dejado estampado a fuego un comer de propia pertenencia, los straginati a la porteña (unos fideos con forma de pequeña oreja), con salsa de tomate o pesto, muy populares en las fondas de La Boca, que, hace muchos años, se impusieron como plato de la casa en un reducto roquero y blusero llamado El Samovar de Rasputín.

En fin. Si se tacharon la doble, perdieron y quieren la revancha, juéguense otra partida. Eso sí, si terminan cuando el sol ya ilumina a la ciudad, córtenla con el Fernet o la birra y pasen al café con leche con medias lunas, que en la Academia suelen prepararlo de primera.

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