martes, 27 de julio de 2010
miércoles, 21 de julio de 2010
¡Ay Micaela, qué buena que estás!
Me sedujo tu vestido blanco y metafísico, a la hora de comer.
Por Víctor Ego Ducrot
Siempre me pareció medio trucho el diccionario real cuando dice que la ética es la parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre y el conjunto de normas morales que rigen la conducta humana. Sí me convence un poco más cuando se mete con αἰσθητικός, en griego sensible, o estética, y sentencia lo siguiente: perteneciente o relativo a la percepción o apreciación de la belleza y ciencia que trata de la belleza y de la teoría fundamental y filosófica del arte.
Respecto de la primera afirmación, no me convence eso de la confusión de lo ético con lo moral, pero por sobre todas las cosas me irrita que el condestable del canon de las palabras tome partido filosófico, y por lo tanto nos deje fuera a quienes consideramos que la conducta humana se rige más por los deseos que por lo que otros (humanos, no me vengan con lo divino) definen como bueno y como malo. ¡Una truchada!
Lo relativo a la percepción suena apropiado, o por lo menos no tan conflictivo como lo de la ciencia de lo bello; es decir, en este capítulo podríamos tranzar. Y sobre todo si nos permitimos combinar un poco de cada hierba y hablar entonces del “deseo estético”. A ver si pongo las ideas en orden.
El otro día, los quehaceres del laburo docente me llevaron por los senderos de la pampa nuestra que estás en la tierra, para el Sur del Gran Buenos Aires, e hice parada en los pagos de Lomas de Zamora. Y digo la pampa adrede, para criticar, aunque sea al toque, a cierta tradición del relato argentino, que desde el siglo XIX - sí, por lo menos desde el Facundo de Sarmiento -, asocia toda indagación acerca de lo que somos como país, sociedad y cultura a la llanura y su misterios, pero a una llanura casi platónica, no pisada ni olida. Con la admiración que siento por ellos, esas son las pampas de Martínez Estrada y de Carlos Astrada, por solo citar a los gigantes. ¿Por qué la saga ensayística vernácula no le reconoce a Lucio V. Mansilla el lugar que debería ocupar? ¿Por el hecho de haber sido la suya una pampa transitada a lomo de caballo?
Seguro que si viviese, el autor de la Excursión a los indios ranqueles hoy hubiese escrito acerca del cono urbano con la misma mordacidad que lo hizo sobre aquella tierra, finalmente arrasada por el genocidio roquista y el alambrado patricio. Hubiese descubierto el “deseo estético” portentoso que anida en la persistencia de nuestros varones y mujeres de a pié, como aquellos y aquellas que todos los días cocinan, tienden las mesas y atienden a la clientela en la parrilla Micaela, de Oslo y Molina Arrotea, en los fondos de Lomas de Zamora (teléfono 42831925, aunque no hace falta reservar).
Es una esquina de gente de trabajo. Los colectivos pasan muy cerca y los camiones amagan guiños y lucecitas. Por ahí están las casas de esa gente de trabajo y un que otro taller. Un escenario muy lejos de los destacados por la llamada prensa gastronómica, tan perfumada ella que jamás repararía en el refinamiento de una mesa tendida casi justo sobre la ochava, tan blanca con su mantel cuidado, tan siempre sola, casi venerada.
Cumplí el rito imaginario y no la ocupé yo para disfrutar la mejor entraña asada, un corte de chorizo casero y una fuente de papas fritas, fritas como dios manda; y un tubo de tinto, claro. Es que el vestido blanco de aquella mesa de Micaela me decía de un deseo y de una estética sólo compresible desde la metafísica de los cuerpos tangibles. Vamos, dele, anímese a una ética verdadera. Tómese un bondi o vaya en coche; además con unos treinta pesos por persona se come a gusto y de regusto. Eso sí, cuide la mesa vestida con mantel blanco, que es parte de nuestra búsqueda de la belleza.
sábado, 10 de julio de 2010
Los periodistas somos unos glotones
Algunos no laburan si no es con chocotorta. ¿Será cierto? ¡Qué horror!
Por Víctor Ego Ducrot
Según mi viejo, que está por ahí, chocho de la vida con sus ochentayqueseyo, de vacaciones con la vieja, en el mundo hay dos clases de personas: los honrados y los malandras; es decir, los que trabajan y los que viven a costillas de los otros. Hace ya mucho tiempo (muchísimo, caramba) cuando le anuncié que quería ser abogado, me miró, se puso serio y solo murmuró mmmm. Cuando tomó nota de mi derive hacia el oficio de la escritura de todos los días, para ganarme la vida tratando de contarle al mundo acerca de lo que en el mundo sucede, no pudo más con su paciencia, y más serio me espetó ¡uyyyyyy…nooooo! Con el tiempo la relación se recompuso; es más, aun sigue leyéndome cada vez que puede; bueno, bah, eso es lo que me dice él, siempre de buen humor.
Es que para el sabio de mi viejo hay dos principios que son inamovibles: serás los que debas ser o si no serás abogado; y los periodistas son unos señoritos –lo acostumbré a que también diga o unas señoritas- a quienes ¿mucho, mucho?, la verdad, el laburo no les gusta. Eso sí, jamás se le ocurrió decir que se trata de sujetas y sujetos en demasía glotones y golosos. Eso lo afirmo yo, hoy, desde esta tribuna veintitrecera.
Vean ustedes lo que me sucedió. Estaba plácido revisando el facebook, cuando de repente me encuentro con el siguiente comentario de la colega Eva Cabrera, que le da a la tecla en el diario Diagonales, de La Plata: sí, no se preocupen que el domingo llevo torta para todos, aunque esta vez con galletitas Horóscopo.
Como ya habrán adivinado, reaccioné como un Holmes sin su valium diario, pues la curiosidad se convirtió de súbito en ansiedad descontrolada. ¿De qué está hablando esta mujer? (vieron que dije esta y no esa mujer); y metí manos en el facebook: estimada, disculpe usted la curiosidad; podría informarme acerca de las características de la torta que acabo de enterarme usted le ha prometido a sus compañeros de redacción.
La respuesta no se hizo esperar, doña Eva me ilustró acerca de su famosa chocotorta, que ese domingo se llamaría horoscotorta, porque no consiguió las galletitas de la receta original, aunque sí en cambio unas similares que fueron bautizadas Horóscopo. También me confesó que la presión de sus compañeritos de mesa y computadora va en aumento, que se han convertido en unos golosos y glotones empedernidos. Yo le dije, pero qué barbaridad, che, cómo puede ser, pero por adentro me moría de envidia; cómo iban a morfar mientras hacen que laburan (no se enojen colegas, que a mí también me cabe el sayo).
Al haber aprendido ya que esta columna tiene diversos lectores, y ante el temor de que la presente edición caiga en manos de mi...bueno, qué tengo que andar contándoles a todos los intríngulis de mis lazos familiares…Mora Maldonado, y como doña Eva no me dio especificaciones acerca de su peculiar receta, voy a hacerles una síntesis de la chocotorta de mi tribu, siempre a cargo de Morita: una planta baja de galletitas Chocolinas, un embadurne de dulce de leche y queso crema y un primer piso con más Chocolinas; y así de seguido sin exagerar en la altura. Siempre sospeché que con algo emborracha su pastel pero la autora nunca quiso soltar prenda. ¡Qué manjar!, diría mi abuela, la madre de mi vieja (que familiar el Ducrot hoy, ¿no?).
Y para el final: todo bien muchachos y muchachas de Diagonales; ustedes tienen todo el derecho de comer como locos mientras le dan al yugo de este noble oficio; pero, y sobre todo sabiendo algunos que con frecuencia ando por La Plata, un día de estos podrían invitar, que si no voy a deschavarlos en uno de mis estos artículos. Y para el final: ¡qué paciencia doña Eva Cabrera, no los malcríe!
martes, 6 de julio de 2010
sábado, 3 de julio de 2010
Los goles de la patria cuartetera
Qué semanas. Todos con las Abuelas y el Apache. Sale con un buen moscato. Y si por esas cosas hoy los alemanes nos ganan, vale igual.
Por Víctor Ego Ducrot
Estoy boleado. No se puede laburar hasta que los de la tele terminan con todos lo partidos; o por lo menos laburar bien, con la debida atención en lo que uno hace. Ya perdí toda escala y dimensión; me atraen tanto los córneres a favor de los serbios como los puntinazos de los japoneses, o las gimnasias teutonas, o las gambetas de relojería de los suizos; porque hay que ser suizo para gambetear como un reloj, ¿no? Y no les cuento con lo partidos de la banda del Diego. Pobrecito al que se lo ocurra llamar por teléfono; mejor los desconecto y meta churro y medias lunas y café, sin azúcar, sin leche, bien negro, así entramos en tema.
Espero que sigamos en carrera; seguro que sí, aunque de lo contrario siempre con vos Dios de las canchas y mano de Dios. Por supuesto que cumplí con mi anuncio de los otros días: no saben el asado que nos morfamos después de ganar el primer partido, mas lo del café negro del párrafo anterior venía a cuento del entusiasmo que provoca verlo a Carlitos Tévez batiéndose entre gambas rivales, con esa mezcla rara de Nureyev y Muhammad Alí qué sólo él puede lograr con la pelota en los pies. Reconozco a Messi y su talento de otro mundo - no soy chicato ni dobolu - pero no jodamos, el Apache es el emblema. ¿Y saben por qué creo eso?
Por la naturaleza del fútbol. Con cada Mundial nos encontramos con la cría de la FIFA y sus negocios, con las corporaciones mediáticas que dicen lo que quieren – por suerte esta vez la TV pública de los argentinos metió su mano y los de TyC se la tuvieron que…- y las empresas nos llenan el mate con publicidad y más publicidad. Todo eso es cierto; sin embargo el que nos salva es el fulbo, que por jugarse con los pies – contranatura de casi todo lo que hacemos los humanos- o por sólo necesitar de un rectángulo de tierra baldía y una pelota hecha con cualquier cosa, es el más popular, pobre y colectivo de todos los deportes.
Por eso nos enamora. Por eso me animo a decir, como digo al referirme a ciertos platos cotidianos de los argentinos, que el fulbo es cosa e´negros, de cabecitas ché; y a quien no le guste o se moleste, que se haga cargo de la metáfora maradoniana; porque Carlitos y tantos otros juegan por lo mismo que nosotros gritamos, por un rato de felicidad.
Y el otro día, entre partido y partido, después de tomarme el atrevimiento de ir a felicitarlo a don Gabriel Mariotto, cuando la Corte le hizo pito catalán a la mafia del amparo, encontrábame yo solo en la esquina de Corrientes y Suipacha y me dije ahora o nunca; siendo pleno medio día, éste es el momento de caminar unos metros y pararme ante las barras de La Cuartetas, para festejar los goles convertidos y los goles soñados; la nueva de ley de Servicios Audiovisuales, que patea los penales sentada en una silla; para implorarle a las alturas que los del Nobel hagan lo que tienen que hacer y le den el premio de la Paz a la Abuelas; para que los argentinos entandamos bien lo que está sucediendo y no nos dejemos engañar por la vocinglería mediática de tantos garcas resentidos, con Clarín o sin ellos, porque los Clarines son muchos y no sólo el de la Noble y Magnetto (¡cana para los dos, por favor!).
Entré entonces a Las Cuartetas (Corrientes 838), el viejo templo de la pizza porteña, y le hice un guiño seductor a una porción de muza con fainá, casi más para enamorarla que para comerla, aunque vieron que con un poco de fortuna ambos verbos muchas veces son compañeros, metafóricamente hablando por supuesto. Y como ahí andaba don moscato, con su mirada desafiante, no tuve más remedio que convocarlo a él también, no vaya a ser que sospeche de mis intenciones. Después, como siempre, la vida resulto mejor. ¡Grande Diego!
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