lunes, 8 de marzo de 2010

No sea salame, somo campione, somo



Y mortadela, y lomito; y por supuesto jamón. Claro, como bocatto di cardenale.

Por Víctor Ego Ducrot

El diccionario real dice que torneo significa “combate a caballo que se celebraba entre dos bandos opuestos…fiesta pública en que se imitaba ese combate…cualquier tipo de competición”. Y que campeonato, que suena a más o menos lo mismo, debe leerse como, por ejemplo, “ciertos juegos y deportes, certamen o contienda en que se disputa el premio”.

Mas allá de algunas concesiones, como las hechas a los de fútbol, en los cuales, reconozco, tengo en juego mi corazón –por cierto vilipendiado en los últimos tiempos-, a mí eso de los campeonatos o de los torneos no me gusta. Siempre hay que ganarle a alguien, siempre con eso del estímulo exagerado al yo de uno mismo, aunque sea por quince minutos de gloria, por el trofeo, por la victoria, por la guita; y que el otro se joda, total es un perdedor, y así sigue la vida entre lusers y uiners. ¡Que asco ché!

Y lo que más me llena la cacerola de la cultura campeonato es cuando, por derecha e izquierda -porque los de este último lado también hacemos y decimos huevadas-, la justa deportiva se entrevera con la patria. Por ejemplo en este año de Mundial –y lo dice un futbolero- nos van a torturar con el cuento de que la selección es algo casi como el Ejército de los Andes o la escarapela de Mayo; huevadas mis amigos y amigas. ¡La selección sólo representa al fulbo de los argentinos!

Eso sí, hay campeonatos que suenan a ridículo. En esa categoría clasifico a varios. Entre ellos a los de matemáticas, a menos que el director técnico del equipo sea un tal Pierre de Fermat, el del teorema que se expresa así: “si n es un número entero mayor que 2, entonces no existen números naturales a, b y c, tales que se cumpla la igualdad a (n) + b (n)= c (n)”. ¡Salute!

Y los de sabios ni hablar. Todavía me pongo colorado por el otro cuando recuerdo a quien hoy es famoso colega (me reservo su nombre) frente a las cámaras de un programa de la tele francesa, contestando con aires de ilustrado como los participantes del viejo Odol Pregunta (los más mayorcitos, ellos y ellas, sabrán a que me refiero).

¿Se imaginan un campeonato de garcas organizado por Clarín, para ver quien le pega con mejor puntería al gobierno nacional? ¿O uno de usurpadores, con galardón asegurado para los del iunaitedquindom, chorizos de islas en el Atlántico Sur? Claro que estos podrían ser eclipsados por sus primos de este lado de la mar océano, y si no para qué tantos marines en Haití.

Todo viene a cuento de que, a mí vuelta de las vacaciones, me encontré con que me invitaban a presenciar un torneo de cocineros, organizado por la marca Bocatti, de la empresa Calchaquí S.A. No me referiré a la competencia porque no estuve presente; además ya habrá quedado claro que no soy aficionado a las justas, salvo aquella en la que últimamente el club de mis amores – un gran campeón desde siempre- no emboca ni una.

Pero sí puedo asegurarles que a mi insaciable paladar y reducido entender, las rodajas de salame, de mortadela y de lomo ahumado, los patés, las salchichas, los jamones y las bondiolas de Bocatti están entre las mejores de las que se pueden encontrar en los supermercados y almacenes de barrio. Me acuerdo y pica el bagre.

Eso sí. Me enteré que el ganador fue el cocinero Facundo Tochi, quien se alzó con unos mangos y un montón de aplausos. A éste sí lo podemos alentar desde el rinsai al grito de ¡dale, pegale en el cocina…! Y de paso admito que hay otros campeonatos que son capaces de convocarme. ¡Dale campión, metele aperca que lo tenemos! Chau, me voy a comer un pebete de salame y queso, un bocatto de cardenale. Hasta la próxima.

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