sábado, 26 de julio de 2008

¿Se sentaría usted a comer con él?



Puré de nabos, arroz con leche y una fuga a la coreana



Por Víctor Ego Ducrot


Aquí, y en todas partes, lo mismo en los tiempos antiguos que en los modernos, el público ha sido, es, y será muy curioso. Su curiosidad es sólo comparable a su credulidad, de manera que el número de impresiones que necesita engullir debe computarse, en gran parte, por la suma de mentiras que tiene que digerir. ¡Y qué difícil digestión! Se digiere un pâté de foie gras trufado, rancio o mal hecho, en más o menos tiempo, con más o menos dificultad, con o sin auxilio médico. Lo escribió Lucio V. Mansilla, el mismo autor de Los siete platos de arroz con leche.

Casi lo matan en la fonda Los tres caracoles. Después quiebra en La enseña de las tres ranas (¡también a quién se le ocurre servir una anchoa sobre polenta con forma de flor!). Por fin, prepara testículos de cordero en crema fría, puré de nabos, ostras, macarrones y unas cuantas cosillas más para que Ludovico el Moro y sus amigos se den un verdadero atracón. Sí, me refiero a Leonardo da Vinci.

Nadie como Mansilla para tomarle el pelo a sus congéneres de la rancia estirpe patricia. Se reía de ellos porque, desilusionados ante la pobreza de los verdaderos inmigrantes, que no eran efebos ni blondas valkirias, se refugiaban en sus estancias.

Ninguno mejor que el genio (Leonardo) para disfrazar de armas y fortalezas a sus artefactos culinarios y burlarse de las intrigas cortesanas, a tal punto que llegó a sugerir técnicas de envenenamiento en plena mesa, sin escándalos ni enchastres, y recomendar sutilezas para evitar comidas con invitados indeseables.

Don Lucio debería seguir vivo en Buenos Aires y el viejo da Vinci resucitar con pasaporte argentino. Nos ayudarían a comprender las falsedades de esa mezcla rara de esquizoizquierda, politicastros y politicastras de mañas varias y sojeros empedernidos (la nueva derecha que camina), que le dice campo y patria a sus negocios.

Nos explicarían que podemos (yo por lo menos puedo) sentarnos a comer con un ladrón por estado de necesidad, y hasta con el enemigo, pero nunca jamás con un pusilánime que pide perdón por su juicios, antes de fundarlos. Me atragantaría.

Por eso de los tiempos que necesita una revista para llegar a sus lectores, casi siempre me veo obligado a hacer piruetas para mantener con vida hoy algunas ideas que sonaban fuerte unos cuantos días atrás, pero usted me entiende, ¿no?

Mansilla y Leonardo murieron hace mucho. Por suerte quedan sus obras. Le guiñé un ojo a la Gioconda que sobrevive en la estampa de una lata vieja de dulce de batatas, busqué en mi biblioteca un ejemplar de Los siete platos de arroz con leche y me fui a morfar bien lejos, a esa Corea que se instaló como cocina en el barrio del Once, entre tenderos con sabia estirpe de judería.

El restaurante se llama Bi Won. Está ubicado en Junín 548 y su teléfono es (011) 4372-1146. Como diría un amigo español, ¡venga, se come de puta madre!

Probé varios platos, aunque dos de ellos me maravillaron. Una especie de stake tartare, pero con carne que de tan fría resulta crocante, sazonada con abundante ajo; y un pescado a la plancha, apenas picoso, aliñado con jengibre y aceite de sésamo. Precios accesibles para quienes de tanto en tanto pueden gastarse unos dinares en la noble costumbre de comer afuera.

Después una caminata por Corrientes, reparando en que el tiempo pasa pero las mentiras quedan, la del campopatriagranerodelmundo por ejemplo. Y pensar que Mansilla intentó explicarles a los violentos de su época que los pueblos americanos de las pampas eran gentes de bien, con quienes se podía y debía conversar y convivir. Pero no, los mataron y nació eso que le dicen campopatria.

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